En los últimos tiempos el conocimiento se ha desbordado pasando los límites de la imaginación. Hoy es inconcebible que un solo ser humano pueda abarcar todas las áreas del conocimiento y sea capaz de aprender todo lo que la ciencia ha desvelado. Al pensar que hace poco más de 300 años un solo hombre era capaz de saber todo aquello que se había descubierto y de escribirlo en una serie de libros se puede formar una idea de la velocidad y la voracidad con que el saber ha crecido y la inmensa aceleración con la que se está generando nuevo conocimiento.
De esta forma, las tecnologías emergentes son el conocimiento joven, aquél saber que apenas está siendo explorado y que a lo largo de los años, al pasar de emergente a maduro, ha transformado la existencia de la humanidad. Lo que ahora se está gestando en laboratorios y centros de investigación científica, con seguridad mañana será un elemento más de la vida común.
Para innovar hace falta curiosidad y también podría afirmarse que un poco de arrogancia. Muchas de las ideas que están siendo desarrolladas buscan soluciones a partir de cambios introducidos artificialmente en la naturaleza, y las consecuencias deben ser medidas cuidadosamente. En términos muy generales, el ser humano siempre se ha comportado como el dueño exclusivo del planeta pisoteando a las demás especies. Poco a poco se ha tomado conciencia de esta actitud que resulta dañina para todo ser vivo incluyendo al hombre y es grato reconocer que algunas de las tecnologías emergentes están orientadas hacia un uso más responsable de los recursos naturales o hacia la búsqueda de soluciones alternativas que no sean dañinas para con el medio ambiente.
Con todo, echar un vistazo a lo nuevo, a aquello que pronto se integrará a la vida común es asomarse a una ventana cuyo abanico de posibilidades no deja de ser excitante y a su vez un respiro ante la posibilidad de lograr mejorar la existencia de todo ser viviente a través de la comprensión y el respeto basados en la inteligencia... natural o artificial.
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